4.25.2009

Antipátida!!





En esta puta ciudad

todo se incendia y se va,

matan a pobres corazones.


En esta sucia ciudad

no hay que seguir ni parar,

ciudad de locos corazones,

ciudad de locos corazones.


No quiero salir a fumar,

no quiero salir a la calle con vos.

No quiero empezar a pensar

quién puso la merca en el viejo cajón.


Buen día lexotanil, buen día señora, buen día doctor.

Maldito sea tu amor,

tu inmenso reino y tu ansiado dolor.


¿Qué es lo que quieres de mí,

qué es lo que quieres saber?

No me verás arrodillado,

no me verás arrodillado.


Dicen que ya no soy yo,

que estoy más loco que ayer,

y matan a pobres corazones,

matan a pobres corazones.



[Ciudad de pobres corazones - Fito Páez]

4.08.2009

La flor piensa: Es como una flor.




Y es tonto porque todo eso duerme un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura.


[Rayuela, Cap. 93]




Te quiero mi amor.

3.19.2009

Nunca me van a alcanzar las palabras


Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste. Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...



[Rayuela, Cap. 32 - Julio Cortázar]


Julio, siempre Julio, querido Julio, maravilloso Cronopio.

Gracias por haberme enseñado tanto.






Y al mismo tiempo recuerdo que en Rayuela vos escribiste "es necesario cambiar la vida sin moverse de la vida", sí, es necesario cambiar la vida, viviendo como en una frontera, como con una bandera levantada aunque el enemigo esté cerca, aunque parezca que avanza. De la vida no nos sacará nadie, y nadie nos sacará la ilusión de haber vivido cambiando la vida. Mientras tanto yo sigo escribiendo y esperándote en algún café de París para llorar un poco juntos, porque llorar juntos es como sonreír.


[Susana Rinaldi en su carta de despedida al Enormísimo Cronopio]

3.11.2009

Esa estrella era mi lujo


Lo han cubierto de afiches / de pancartas
de voces en los muros
de agravios retroactivos
de honores a destiempo

lo han transformado en pieza de consumo
en memoria trivial
en ayer sin retorno
en rabia embalsamada

han decidido usarlo como epílogo
como última Thule de la inocencia vana
como añejo arquetipo de santo o satanás

y quizás han resuelto que la única forma
de desprenderse de El
o dejarlo al garete
es vaciarlo de lumbre
convertirlo en un héroe
de mármol o de yeso
y por lo tanto inmóvil
o mejor como mito
o silueta o fantasma
del pasado pisado

sin embargo los ojos incerrables del Che
miran como si no pudieran no mirar
asombrados tal vez de que el mundo no entienda
que treinta anos después siga bregando
dulce y tenaz por la dicha del hombre.



[Che - Mario Benedetti]








Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro y qué cercano!


[Obras completas - Ernesto Che Guevara]

3.06.2009

ARS AMANDI


Vení a dormir conmigo:

no haremos el amor, él nos hará.


J.C.

3.01.2009


I


Inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

Luz que no se derrama, ya diamante,
fija en la rotación del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y llama equidistante.

Tu salto es un segundo congelado
que ni apresura el tiempo ni lo mata:
preso en su movimiento ensimismado

tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.



[Sonetos - Octavio Paz]

2.02.2009

Ventanas al universo



Recostados boca arriba sobre la superficie dura e irregular del suelo observaban como de costumbre el cielo nocturno. Los puntos brillantes poblaban la inmensa tela negra del espacio adornándola con sus orgullosas luces diminutas, miles de lentejuelas o gotas de agua.
- Faroles. Ejércitos de faroleros desparramados en millones de mundos –dijo Damián.
- Para ponerle tan poca originalidad mejor deciles estrellas y punto. Además los faroles no sirven porque están clavados en el suelo, inmóviles, estatuas de luz.
- ¿Y? ¿Eso qué importa? –replicó Damián.
- ¿Cómo “qué importa”? ¿Vos no las ves patinar por el cielo y unirse en figuras que enseguida se deshacen, sólo para volver a agruparse en un nuevo dibujo libre de contornos o fronteras?
- No, yo veo faroles.
- A ver, ¿aquello qué es, la pelota de playa de un gigante? –dijo Esteban señalando el enorme disco azulado que dominaba el cielo.
- Podría ser –contestó Damián, disimulando una sonrisa-. O a lo mejor un lunar del universo.
- Lunares tenés en el cerebro. Hay tantas posibilidades más interesantes. Es mucho más emocionante darse cuenta que ese es otro mundo, igual a este, en el que otras dos personas están recostadas boca arriba mirando hacia el cielo igual que vos y yo, y cuatro pares de ojos recorren el universo en líneas paralelas y opuestas hasta que por fin chocan, fundiéndose en una sola mirada, en un punto donde la distancia ya no importa o ni siquiera existe.
- Sí, lástima que la vida existe únicamente acá, el resto del universo es un desierto helado y oscuro.
- Helada y oscura debe ser la cueva que tenés entre las orejas, por eso las ideas te salen ciegas y muertas de frío, pobrecitas. Hay cientos de galaxias, miles de planetas, infinidad de estrellas y a vos se te ocurre que tenemos exclusividad sobre la vida. ¿Por qué? Ah, ya sé, porque somos especiales, dueños absolutos: vida marca registrada, todos los derechos reservados.
- Bueno, ponele que haya vida en algún otro lado, pero en esa cosa seguro que no –dijo Damián volviendo a señalar el inmenso disco junto al cual las estrellas se veían aún más pequeñas-. Ya hace como cuarenta años desde el primer viaje exitoso de ida y vuelta. Después fueron y volvieron tantas veces que a estas alturas deben estar pensando en instalarse unas camas allá, y nunca encontraron nada. No me extraña, quién podría vivir en un lugar que parece una piscina gigante, pura agua, y casi toda salada para peor.
- Seguro que si a vos te dicen que se va a caer el cielo salís corriendo a comprarte un casco, y después te construís un búnker subterráneo, no sea cosa de escatimar precauciones. Pobre crédulo, no querés ver que es todo puro verso, falsas seguridades, cuentos de cuna científicos para dormir tranquilos. Sabemos tan poco del universo como de la muerte. ¡Mirá, un meteoro! Ahí, ¿lo ves?
- ¿Dónde, aquello? Pero si apenas se distingue un hilo brillante, está demasiado lejos. Dale, vamos que me muero de hambre.
Esteban mantuvo unos segundos la vista fija en el cielo, persiguiendo con la mirada el recorrido de la estela luminosa que surcaba el espacio. Se sacudió el finísimo polvillo blanco que cubría la superficie lunar y se adhería inevitablemente a todo aquello con lo que entraba en contacto, y siguió a Damián.





Nicolás, con una estaca en la mano derecha y uno de los laterales de la carpa a medio armar en la izquierda, se detuvo de golpe como siempre al ver a Denise sentada frente al telescopio. No podía evitarlo: Denise sentada con las piernas cruzadas y la espalda recta, el pelo negro lamiéndole los hombros y estirándose largamente hasta su cintura, la cabeza apenas inclinada hacia delante, su cuerpo delineado por las luces de la noche, serena y concentrada, quieta toda ella salvo las manos; salvo las manos que juegan como mariposas alrededor del telescopio, buscando la precisión exacta y necesaria. Denise y el telescopio, un espectáculo que seguramente las estrellas contemplaban con sus propios artefactos astronómicos.
- Por mirarme a mí te estás perdiendo uno de los fenómenos más hermosos de la naturaleza.
- Aunque lamento estar en desacuerdo, es mi deber informarte que la tuya es una afirmación muy contradictoria, porque eso es justamente lo que yo estoy viendo. ¿Vos de qué otra belleza hablás?
- Una estrella fugaz.
- Ya vi muchas, son todas más o menos iguales –dijo Nicolás volviendo a concentrarse en la carpa-. Lo que yo no entiendo es cómo puede ser que siempre adivines cuándo te estoy mirando.
- Porque tus ojos me caminan por la piel y mis labios se estiran en una sonrisa sin que yo se los ordene.
- Ah, la fisiología de la intuición de la que tanto se habla.
- Y además te conozco, tontito. ¿Vos creés que habrá vida inteligente allá?
- Todavía tengo mis serias dudas sobre el coeficiente intelectual de la vida acá; pero dejando eso a un lado, especificame con un poquito más de exactitud, ¿dónde vendría a ser “allá”?
- Allá, en la luna.
- No sé, igual no importa mucho lo que yo crea; según tengo entendido cuando Armstrong dio el famoso gran paso para la humanidad no se encontró con ningún felpudo de bienvenida.
- Pero eso fue todo trucho, un teatro del gobierno yanqui para mojarle la oreja a los rusos, y de paso distraer a la gente y evitar que les armen un quilombo bárbaro por los desastres de Vietnam. Algo similar a lo que pasó acá con el mundial setenta y ocho. La religión será el opio de los pueblos, pero el éxito y la gloria, en cualquiera de sus frascos posibles, son la cocaína de la humanidad.
- Mirá, en ese caso fue la obra de mayor presupuesto que vi en mi vida.
- O sea que para vos no hay vida allá, los seres humanos somos los reyes solitarios del universo.
- Pará, princesa galáctica, yo no dije eso. Con tanto espacio vacío seguramente alguien más debe haber dando vueltas por ahí. En una de esas, quién te dice, puede que incluso allá.
- Yo creo que sí. Estoy convencidísima de que los selenitas viven en ciudades portátiles, son tímidos y aman dormir, por eso permanecen siempre en la noche lunar.
- ¿Los selenitas?
- ¿No leías Mafalda vos? Son los enanos en piyamas que habitan la luna. No ves que al final no se puede discutir científicamente, yo intento imprimirle un aire académico a la conversación, te hablo de las últimas teorías astronómicas, y vos me mirás sonriendo con tus ojos de tortuga resfriada.
- Tus teorías astronómicas me tienen sin cuidado, el único cuerpo celeste que me importa está acá en la Tierra, en esta misma colina, ejerciendo una fuerza irresistible que genera mareas en mi sangre –dijo Nicolás tomándola por la cintura y forzándola a separarse del telescopio.
Denise se dejó caer con él sobre la hierba, riendo; aceptándolo y rechazándolo simultáneamente en una oscilación lúdica y ritual, pautada con reglas que ninguno había establecido pero ambos conocían y aceptaban, envueltos en un abrazo de dos que ya no eran dos, el amor abrazándose a sí mismo.





La habitación estaba a oscuras. Sólo la escasa luz proveniente de la puerta abierta recortaba las siluetas de los muebles, permitiéndole a la mujer de pie junto a la cuna percibir sus formas vagas y huidizas. El hombre se apoyó contra el marco sin entrar en el cuarto y su figura también pareció borrosa e imprecisa al dibujarse sobre el fondo de luz tenue.
- Todavía sigue despierto –susurró la mujer-. ¿Por qué tenías que armarle un móvil con esas condenadas pelotitas? Todas las noches sucede lo mismo: durante media hora más o menos no les quita la vista de encima, hasta que por fin se cansa y se queda dormido.
- En primer lugar, no son pelotitas, son canicas, mi más preciado tesoro infantil. Y en segundo lugar, fuiste vos la que me pidió que las use para algo útil, o las tire –respondió el hombre.
- ¿Y vos le llamas a eso “algo útil”? –dijo la mujer señalando el conjunto de esferas que pendía a escasos metros de altura sobre la cuna. En el centro del móvil se imponía una bola dorada y mayor que las demás, el resto de las canicas creaban un hermoso diseño en espiral a su alrededor.
- A él parece que le gusta –contestó el hombre sonriendo y aproximándose a la cuna.
- ¿Qué podrá estar viendo? ¿Qué estará mirando con tanta concentración?
- No sé, pero debe ser bueno-. El hombre realizó un abrupto y preciso movimiento de muñeca y el fuego de un fósforo rasgó fugazmente la penumbra del cuarto. Encendió un cigarrillo y apagó la cerilla-. Vamos, no me gusta fumar cerca suyo; además, si nos quedamos va a tardar más todavía.La tomó de la mano y la guió en silencio fuera de la habitación, aferró el pomo de la puerta y tiró hasta dejarla ligeramente entreabierta.

Leandro A. Regueiro